Abdalá intentó estirarse para crecer en altura e importancia ante la acusadora pregunta. Él era el único de los asistentes que no pertenecía a los almorávides.
Su abuelo vivió los tiempos de Taifas antes de ser invadidos y, por ello, era el menor creyente; en realidad, solo lo justo para representar su cargo ante los exigentes musulmanes beréberes, monjes guerreros, y su rigor fanático en el cumplimiento de las doctrinas del Corán.
El al-wazir era político por propia naturaleza y, a sus pequeños ojos de halcón, nada se le escapaba. Por ello gozaba de la confianza del Emir y era, a la vez, gobernador, espía y confidente.
Un sonido diferente dirigió todas las miradas a la entrada de la torre. Era el alférez personal responsable del estandarte de batalla, quien precedía la entrada del Emir.
El porte de Ahmed era impactante: muy alto de estatura, fornido pero no grueso. En pleno vigor de sus cuarenta años, su propia presencia causaba admiración sin proponérselo. Lucía el mofarrex, con sus calzas ceñidas a las piernas, botas de fieltro hasta el tobillo y cubiertos sus hombros con la al-jubba o khilá de seda carmesí con hebras de oro y bandas de tiraz, con brácteas en las mangas. Su cabeza, cubierta con el turbante m’izar de una sola pieza enrollada que le pasaba bajo la barbilla, alrededor del cuello, y que destacaba su tez oscura mientras la tira final, decorada en su extremo por un fleco, caía por su espalda.
El porte de Ahmed era impactante: muy alto de estatura, fornido pero no grueso. En pleno vigor de sus cuarenta años, su propia presencia causaba admiración sin proponérselo. Lucía el mofarrex, con sus calzas ceñidas a las piernas, botas de fieltro hasta el tobillo y cubiertos sus hombros con la al-jubba o khilá de seda carmesí con hebras de oro y bandas de tiraz, con brácteas en las mangas. Su cabeza, cubierta con el turbante m’izar de una sola pieza enrollada que le pasaba bajo la barbilla, alrededor del cuello, y que destacaba su tez oscura mientras la tira final, decorada en su extremo por un fleco, caía por su espalda.
Con un gesto autoritario, impidió que se levantaran y, tomando el alfanje entre sus manos, se sentó de inmediato. El silencio fue absoluto durante unos instantes que se hicieron eternos para todos mientras, uno a uno, les dirigía una mirada profunda que leía sus pensamientos; tal era el poder que emanaba su personalidad.
—¡Hermanos! Siete días hace que estamos cercados por los infieles que, día a día, aumentan sus fuerzas, bien lo sabéis. Tras un instante de sepulcral silencio, prosiguió.
—Apenas pasada la hora del rezo de al-Magreb, he recibido a un emisario de paz quien ha solicitado nuestra rendición inmediata pues, al amanecer, si ofrecemos resistencia, el “Batallador” piensa arrasar la plaza hasta la muerte, sin misericordia. Así pues, ofrecedme vuestras consideraciones para tomar la decisión más justa.
Abu Ayan, el al-kabir tomó la palabra diciendo:
—Señor, como juez poco puedo decir sin conocer nuestras posibilidades. Solo cuento con que Al-làh es justo y misericordioso y que nuestro futuro está en sus manos y en lo que te inspire hacer. Bendito sea Al-làh. l al-wazir solo pudo manifestar al Emir la falta de ánimo de la población, sus necesidades y la falta de comida. Una mirada inquisitoria de Ahmed bastó para que el wali Juzef expusiera, ante el Consejo, la crudeza de la situación:
CONTINUA MAÑANA
CONTINUA MAÑANA
Creo que corría el 10 de marzo de 1126, pero no hay que adelantar acontecimientos que todavía nadie ha presentado batalla.
ResponderEliminarja, ja, Sobre las once menos quarto p.m.
ResponderEliminar«Ob-La-Di, Ob-La-Da» La vida continua y esperaremos acontecimientos. Abrazos
ResponderEliminar